Según una encuesta realizada en 2015, las mujeres entre 16 y 25 años invierten una media de 5 horas a la semana tomando selfies. Se toman 7 fotos de media para obtener 1 imagen, se pasan filtros o incluso se utilizan aplicaciones para modificar las proporciones del cuerpo.
A pesar de que un selfie puede ser algo simplemente divertido, empieza a ser un problema cuando las fotos se convierten en una medida de la autoestima. Se retroalimenta la idea de que el aspecto es fundamental.
Así como antes la preocupación era cómo repercutía la imagen de modelos y actrices por los cánones de belleza, ahora los jóvenes son justamente los modelos a través de los software de edición. Se busca la perfección a base de retoques. Los peores efectos para la autoestima empiezan cuando empieza la comparación con otros. Un estudio reciente confirma que ver selfies con frecuencia disminuye la satisfacción con la vida. También hay evidencia de que quienes pasan más tiempo mirando selfies en redes sociales tienen mayor insatisfacción con el peso y la autovaloración.
Cada vez hay más casos de lo que se ha denominado “selfie dismorfia o dismorfia Snapchat”. La persona cree que hay algo realmentedesfigurado en su aspecto físico, sobre todo cuantos más filtros se usan. Hay quien incluso se siente avergonzado de que le vean en persona, ya que su imagen es muy diferente de los selfies que elaboran para redes sociales.
Aunque la imagen es importante, se debe recordar que lo que realmente cuenta en la propia autovaloración es lo que uno piensa y hace en su vida. Por eso es necesario tener varias fuentes de autoestima, y no sólo el aspecto físico.