La muerte perinatal es mucho más frecuente de lo que pueda parecer. El 43% de las concepciones no llegan a alcanzar las 20 semanas de gestación. De éstas, el 75% ocurren antes de la implantación, por lo que muchas mujeres ni sabían que estaban embarazadas, y el 25% se reconoce clínicamente.
Se considera muerte del embrión aquella que ocurre durante las 13 primeras semanas de gestación y muerte del feto a partir de las 13 semanas. Aunque habitualmente se entiende por muerte perinatal aquella que tiene lugar a lo largo del embarazo e incluso el primer año de vida independiente, existen diferentes definiciones, más concretamente:
Durante el embarazo:
- Aborto: De 0-20 semanas.
- Muerte fetal temprana: De 20-27 semanas.
- Muerte fetal tardía: De 28-40 semanas.
- Muerte fetal a término: A partir de las 37 semanas.
Durante el posparto:
- Muerte neonatal precoz: Hasta el 7º día tras el parto.
- Muerte neonatal tardía: Entre el 7º y 28º día tras el parto.
Todas las personas en duelo se encuentran con numerosos obstáculos durante el proceso de afrontamiento de la pérdida, pero el duelo perinatal es particularmente complejo porque suele ser un duelo desautorizado. A menudo no se reconoce públicamente ni el doliente lo expresa de manera abierta, como ocurre con otras pérdidas. Hay mucha incomprensión social (incluso por el personal sanitario) ya que se consideran pérdidas menores. Son habituales los mensajes como: “no es tan grave porque no llegó a nacer”, “podéis ser padres más adelante”, etc. que invalidan la pérdida.
Además de la pérdida real del bebé, el duelo perinatal también representa otras pérdidas para los padres, como la plenitud de la pareja (por la llegada de un nuevo miembro en la familia), la ilusión del hijo proyectado (una pérdida más simbólica, basada en los deseos y necesidades de la pareja) o en algunos casos, la ruptura del proyecto de descendencia (por la edad de los padres, por complicaciones médicas, etc). Además, la pérdida perinatal, a diferencia de otras pérdidas, no está basada en experiencias y recuerdos, sino el ilusiones y fantasías desarrolladas durante el embarazo, por lo que tiene un funcionamiento completamente idiosincrático.
Algunos factores de vulnerabilidad para el duelo de los progenitores son:
- Factores de la muerte: circunstancias particulares, súbita o esperada, existencia o no de duelo anticipado…
- Factores de la relación con el bebé: Deseos de ser madre/padre, expectativas en el rol, asuntos pendientes…
- Factores del doliente: Duelos del pasado, otras pérdidas, crisis o estresores recurrentes, percepción de la realización del bebé en la vida, creencias religioso-filosóficas, valores…
- Factores sociales: Apoyo social, existencia o no de pareja y calidad de la relación, estatus educativo y económico, rituales funerarios…
- Factores psicológicos: Personalidad, salud mental, inteligencia, capacidad de afrontamiento del estrés, capacidad para establecer vínculos afectivos…
- Factores fisiológicos: Drogas y sedantes, nutrición, descanso y sueño…
Uno de los errores más habituales es confundir el duelo con la depresión. El duelo es proceso normal de adaptación a la pérdida, mientras que la depresión es una psicopatología que puede tener diversas complicaciones. Veamos que se puede esperar en uno y otro:
- En el duelo: Preocupación por el hijo perdido, dolor por la pérdida, soledad y vacío, pena al ver bebés y embarazadas, crisis de llanto, deseo de hablar de lo ocurrido, las ideas de suicidio son infrecuentes, autorreproche por no haber hecho lo suficiente y evocan en los demás tristeza y empatía.
- En la depresión: Aislamiento y autocompasión, recuerdos desagradables sobre el embarazo, idealización del bebé muerto, vergüenza y desvaloración, las ideas de suicidio son frecuentes, sensación de haber fracasado como mujer, abandono de relaciones sociales, desesperanza, desconsuelo, culpabilidad, y provocan en los demás distancia, impaciencia o irritación.
Si pasado un tiempo las emociones negativas no se reencauzan, se recomienda consultar con un psicoterapeuta.