“El mundo, tal y como lo conocemos, está completamente construido por nosotros”.
Bradford Keeney
Somos seres narrativos. Lo hemos sido desde el principio de los tiempos. Ya desde la prehistoria encontramos la necesidad de relatar a través de pinturas rupestres en las cuevas. Convertimos nuestras vivencias en relatos, no sólo al contarlas a los demás, sino también a nosotros mismos. La forma en que relatamos lo que nos ocurre condiciona nuestras vidas y nuestras relaciones. En palabras de Huxley, “la realidad no es lo que nos sucede sino lo que hacemos con lo que nos sucede”.
Las narrativas son necesarias ya que organizan la gran complejidad de estímulos que componen el mundo. Seleccionamos algunos aspectos concretos de nuestra experiencia y los hilamos internamente a través del lenguaje, creando así diferentes tramas que dan sentido a nuestra vida. Entendemos de esta manera no sólo nuestro pasado (lo que nos ocurrió, lo que aprendimos en la familia o en la sociedad) sino también a nuestro presente (quiénes somos, cómo es el mundo, de quién nos rodeamos) y nuestro futuro (tomando unas decisiones u otras según cómo nos narremos a nosotros mismos en el futuro).
Ahora bien, no todas las narrativas nos ayudan o nos son de utilidad. En ocasiones nos limitan y nos crean problemas. ¿Qué hacer entonces? Honoré Balzac dijo “aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”. Cambiemos pues nuestras narrativas.
Las narraciones que nos contamos no tienen por qué ser para siempre. El ser humano es “multihistoriado”, es decir, podemos cambiar nuestras narraciones y descubrirnos a nosotros mismos de formas distintas, por ejemplo, recuperando partes que quizá no incluimos en nuestra trama inicialmente o dando más peso a otros factores. Si cambiamos nuestra forma de narrarnos también cambiamos la forma en que sentimos y comprendemos.
El poder de la palabra es ilimitado.
Terapia narrativa
A partir de los años ochenta algunos psicólogos empezaron a cambiar su forma de entender la terapia ya que se dieron cuenta de que centrarse excesivamente en los problemas limitaba las soluciones y los recursos personales. Hacía falta un cambio en el planteamiento. Se empezó a entender que la figura del terapeuta no era el foco de la solución, sino que la solución estaba en la persona y su entorno.
Se hacía necesario cambiar la forma en la que la persona se comprendía a sí misma para poder encontrar soluciones. No es lo mismo decir “soy depresivo”, como si fuera una característica de la que no te puedes desprender, que decir “tengo una depresión”. Colocar el problema como algo separado del yo hacía que la persona pudiera re-narrarse a sí misma y luchar por solucionar su problema. De ahí que la máxima fundamental de la terapia narrativa sea “la persona nunca es el problema, el problema es el problema”.
La externalización es pues una de las maniobras fundamentales de la terapia narrativa. Tiene que ver con el separar el problema de la persona. Se pueden externalizar sentimientos (p.ej. la culpa, la tristeza, los celos…), problemas interpersonales (p.ej. las discusiones) o incluso aspectos sociales o culturales (p.ej. el machismo, el racismo…).
La terapia narrativa también da mucha importancia a las metáforas. Más que decir “eres un depresivo” se dice, por ejemplo, “la Voz de la depresión ha tenido mucho éxito a la hora de gobernar tu vida”. Pueden hacerse entrevistas a “la Voz de la depresión” de forma que se ayude a la persona a considerar otras ideas. También pueden escribirse cartas a esta parte de la persona e incluso que ésta responda. Se trata, en última instancia, de cambiar la hasta entonces “narración dominante” por una “narración alternativa”.
Escritura terapéutica
Escribir tiene ciertas ventajas sobre pensar. Los pensamientos son inmediatos e inevitables, redundantes, desordenados y tienden a mezclarse, por lo que a veces es complicado analizar las cosas con claridad. En cambio, a través de la escritura conseguimos una distancia con nuestros pensamientos, ya que tenemos tiempo para estructurar qué queremos escribir, podemos borrar y rehacer lo que queremos reflejar, ordenando con más detalle y también ganando en secuencialidad. Todo esto hace que podamos reflexionar con más lucidez, haciéndonos nuevas preguntas o respondiéndonos a las preguntas de siempre con respuestas diferentes. Es decir, la escritura nos ayuda a reinterpretar nuestra historia y darle un nuevo sentido.
A nivel cerebral, hay investigaciones que avalan que no sólo hay beneficios emocionales en la escritura sino también beneficios corporales. La escritura implica la activación simultánea de los dos hemisferios cerebrales. Por un lado, pone en funcionamiento la parte artística, emocional y creativa del cerebro (hemisferio derecho) y por otro lado la parte racional, crítica y estructurada (hemisferio izquierdo). Interrelacionados facilitan la regulación del sistema límbico y, por tanto, el equilibrio emocional. Desarrollar por escrito situaciones traumáticas reduce el estrés y mejora el sistema inmune.
La escritura terapéutica puede ejercitarse de forma individual como parte de un proceso de autoexploración y autoayuda, o también como parte de una psicoterapia formal. Algunos de los beneficios que añade en esta última serían:
- Aumenta la implicación de la persona en la terapia, manteniéndola más conectada y reduciendo el espacio entre sesiones.
- Crea una participación más activa de la persona.
- Facilita la expresión emocional.
- Favorece la reflexión y reduce la rumiación de pensamientos.
- Ayuda a tomar distancia y a elaborar lo trabajado en sesión.
Algunos de los usos más habituales de la escritura terapéutica serían:
- Reforzar la autoestima.
- Conocerse a uno mismo.
- Potenciar habilidades sociales.
- Acceder a información inconsciente (p.ej. escritura automática).
- Organización de objetivos o toma de decisiones.
- Mejorar las relaciones.
- Duelos y despedidas.
- Proyección de futuro.
- Mejorar psicopatologías específicas: ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo, insomnio, depresión, etc. (estas últimas deberían estar guiadas profesionalmente).
The end