La esperanza es la capacidad de estar convencido de que hay soluciones, y que lo que nos preocupa o nos hace sufrir ahora, puede cambiar. La forma en la que pensamos en nuestro futuro determina nuestro presente y, por tanto, tiene relación directa con nuestra salud física y mental.
El investigador Charles Snyder, en su libro “la psicología de la esperanza” define la esperanza como un rasgo cognitivo que permite a la persona a crear objetivos. Poder imaginar un futuro con buenas perspectivas hace que se desarrollen estrategias de afrontamiento de problemas más efectivas, que mejore la planificación de acciones necesarias a llevara cabo y que mantenga el pensamiento motivador para alcanzar su propósito a pesar de las dificultades o inconvenientes. Cuanto más importante sea el objetivo para la persona o más difícil le resulte, más necesaria es la esperanza necesaria. Existen otras fuentes externas, como la familia o los amigos, que también pueden influir en nuestros objetivos y en cómo conseguirlos.
La esperanza tiene 3 componentes:
- Metas: Los objetivos que queremos conseguir (“qué”).
- Agencia: Pensar que depende de uno mismo conseguirlos (“quién”).
- Caminos: La manera de conseguir los objetivos (“cómo”).
¿Cómo influye en la salud física y mental?
- Prevención primaria de la salud. Las personas con más esperanza se comprometen más con conductas y hábitos saludables.
- Prevención secundaria de la salud. Una vez aparece la enfermedad, las personas con más esperanza tienen mayor adherencia a los diferentes tratamientos y tienen mejores estrategias de afrontamiento y ajuste a la enfermedad.
- La esperanza modula la valoración y las estrategias para hacer frente a los problemas. Reduce el estrés, la ansiedad y la tristeza.
- Aumenta la satisfacción vital y mejora la capacidad de adaptación y ajuste en general.
- Mejora el desempeño y éxito académico, deportivo, y profesional ya que ayuda a comprometerse con las tareas, aumentando la capacidad de gestión, así como la motivación y la creatividad para conseguir metas.
- Promueve estrategias proactivas de afrontamiento y disminuye la evitación.
- Mejora las relaciones interpersonales. Las personas con mayor esperanza interactúan más con los demás y tienen mayor apoyo social.
Un último apunte, pero no menos importante: La esperanza es una capacidad que es posible entrenar.