“Seguro que suspendo el examen”, “si tenemos una cita no le gustaré”, “hay muchos mejores que yo que habrán mandado currículum, apuesto a que no me darán el trabajo”… son frases que a todos pueden sonarnos familiares.
El pesimismo defensivo consiste en ponerse en el peor de los casos para así no decepcionarse si las cosas no salen como uno pretende. Es una actitud que tiene una intención protectora. Si las cosas salen mejor de lo imaginado me alegraré más y si sale como estaba previsto, dolerá menos.
Esta estrategia defensiva es útil en personas cuya autoestima está preservada. Ponerse en los peores escenarios posibles y dar rienda suelta a las más temidas fantasías, ayuda a afrontar mentalmente la situación temida, y así encarar la situación real con más seguridad.
Sin embargo, el pesimismo defensivo es más habitual en personas con baja autoestima, y en estos casos no ayuda. El problema principal es que la predicción pesimista pasa de ser un pensamiento a ser una acción, es decir, dejan de intentarlo. Si abandono la situación, seguro que no fracaso. Sin embargo, no enfrentar los problemas y no probar nuevas posibilidades son justamente dos dinámicas que perjudican la autoestima, de forma que se retroalimenta: a menos autoestima, menos autoestima. Es como el pez que se muerde la cola.
Tampoco ayuda en personas obsesivas puesto que desde el primer momento que se pone en lo peor ya está sufriendo de alguna manera. El pensar en una emoción activa la emoción y si la persona tiende a la rumiación es fácil que entre en un bucle de pensamiento. Si las cosas salen mal seguirá sufriendo igualmente (el dolor no se reduce por anticiparlo) y si las cosas salen bien habrá sufrido para nada.
¿Qué alternativa tenemos? Confrontar nuestra predicción: actuar. Si las cosas salen bien, la autoestima mejorará porque nos hemos expuesto a una situación difícil y la hemos resuelto. Si salen mal, es fundamental extraer aprendizajes y cuidar los mensajes que nos damos a nosotros mismos, tratarnos con respeto. Pero por encima de todo hay que recordar que nunca se fracasa completamente. Un fracaso siempre es parcial, circunscrito a un área concreta de nuestra vida, nunca ningún error arrasa por completo toda nuestra existencia. Así pues, dimensionemos las consecuencias.