Ver sufrir a un hijo es una de las mayores pesadillas que un padre puede tener. En un intento extremo de impedir que el niño se sienta mal, es fácil que los padres pasen a actuar desde la hiperprotección. ¿Qué consecuencias puede tener este funcionamiento?
El primer efecto es que el niño no puede aprender a regular sus emociones y autocontrolarse. Si siempre tiene un progenitor como “asistente” que le anticipa o soluciona todos los problemas, no aprende a solucionarlos por sí mismo, ni tampoco a manejar las emociones que conlleva el fracaso, lo que le hace ser intolerante a la frustración, aumentando p.ej. rabietas o explosiones emocionales injustificadas. Los menores necesitan resolver pequeños problemas a medida que va aumentando el grado dificultad, para progresivamente ir adquiriendo habilidades de autorregulación emocional y manejo de la frustración.
Por otro lado, la hiperprotección conlleva indirectamente que el niño aumente la dependencia hacia los padres, y si el niño no aprende progresivamente a ser autónomo, se acabará convirtiendo en un adulto dependiente a nivel emocional. Un reciente estudio confirma que a mayor sobreprotección parental, mayores dificultades académicas y sociales en la adolescencia.
Otra de las consecuencias en el niño de la hiperprotección es la afectación de su autoestima. Si los padres se ocupan de resolver todas las posibles dificultades del niño, implícitamente le están diciendo “tú no sabes/puedes”, lo que afecta su sentido de autoeficacia y por tanto de autovaloración. Existe investigación reciente que relaciona la sobreprotección familiar con la sintomatología depresiva en la adultez.
Una de las capacidades fundamentales relacionadas con la salud mental es la flexibilidad ya que posibilita la adaptación. El ensayo-error, y el volver a probar las veces que hagan falta aumenta esta capacidad y prepara a la persona a ser más efectiva manejando la adversidad en el futuro. Permite que tu hijo se equivoque. Sólo así tendrá la posibilidad de aprender.