La sociedad occidental actual tiene un alto nivel de contaminación acústica. No sólo estamos rodeados de ruidos en las calles, trabajo, vecindario… sino que cuando tenemos tiempo para nosotros mismos, nos es difícil parar sin producir también ruido: televisión, llamadas telefónicas, etc. Y es que estamos tan poco acostumbrados al silencio que a menudo nos inquieta, nos asusta o nos incomoda, y tenemos que llenar ese vacío acústico desconocido con algo.
El silencio es fundamental para la salud mental. Las palabras y sonidos consumen mucha energía mental, sobrecargando progresivamente nuestro sistema psicológico, ya que nos pone en alerta y agudiza nuestra atención. Un exceso de ruido puede hacer que liberemos más cortisol, produciendo estrés y debilitando nuestro sistema inmune, o generar otras patologías como ansiedad, acúfenos (pitidos en los oídos), etc. Dos minutos de silencio bastan para reducir la presión arterial y el ritmo cardiaco.
Tanto es así que recientemente se ha empezado a promocionar el denominado “turismo del silencio”, centrado en ofrecer a los huéspedes algo tan simple y a la vez difícil de conseguir como es la ausencia de ruido. El silencio como un bien de lujo.
Algunos de los beneficios fundamentales del silencio son:
- Nos ayuda a renovar energía, genera relajación y harmonía, lo que ayuda a reducir el estrés.
- Mejora el funcionamiento cognitivo. Memoria, concentración, motivación, resolución de problemas…
- Favorece la creatividad.
- Nos conecta a nosotros mismos, a nuestros recuerdos, a nuestros proyectos futuros…nos ayuda a conocernos mejor y consolidar nuestra identidad.
- Refuerza el sistema inmunitario.
Hay dos tipos de silencio, el silencio exterior o ausencia de ruido, y el silencio interior o ausencia de pensamientos e imágenes mentales. Ambos son necesarios para nuestra salud.