Horas y horas de gimnasio, tratamientos faciales y corporales, renovar el vestuario… muchas personas de mediana edad se niegan a renunciar a la juventud a pesar de que cada vez se vayan acumulando más velas en el pastel de cumpleaños. Y es que la influencia de los medios de comunicación y la publicidad normalizan muchos casos de famosos que habiendo superado la década de los 50 y 60 parece que hayan hecho un pacto con el diablo para mantener la eterna juventud.
La midorexia, también llamada por algunos como “crisis de mediana edad”, es la no aceptación de la edad biológica, dando lugar a acciones y estilos de vida centrados en rejuvenecer. Socialmente se asocia de manera implícita la juventud con la felicidad, lo que la convierte en un patrón imperante a seguir.
¿A qué se debe esta tendencia? La sociedad se está transformando. Las personas de la tercera edad de hoy en día no tienen nada que ver con las de hace medio siglo. No sólo se ha alargado la esperanza de vida y las condiciones de salud, también han cambiado los modelos de familia, las posibilidades de ocio y la manera en la que entendemos la madurez.
La midorexia es un concepto polémico puesto que lo que en algunos casos significa establecer hábitos saludables y de autocuidado, en otros traspasa una línea muy fina que da paso a la obsesión, pudiendo provocar incluso problemas de salud mental y física que condicionan la vida de la persona. El problema aparece cuando al intentar constantemente alcanzar los cánones de belleza y no conseguirlos, se generan sentimientos de frustración e insatisfacción que dan lugar a problemas de autoestima, ansiedad, depresión, etc.
El trabajo psicológico consiste en aceptar que el tiempo pasa para todos (en el mejor de los casos) y esto hace necesarios ciertos ajustes para poder evolucionar. Analizar y redefinir la etapa de la vida en la que estamos y sus implicaciones es fundamental, así como trabajar en aspectos que nos generan equilibrio y bienestar. También es necesario relativizar, somos mucho más que un número, la edad no define quienes somos ni condiciona nuestra valía personal. En definitiva, deberíamos preocuparnos más por madurar, que por envejecer.