En situaciones de trauma extremo, el cuerpo y la mente luchan por integrar lo que ha ocurrido. Si bien es cierto que el trauma deja una huella en nuestro sistema nervioso, es importante remarcar que nuevas experiencias emocionales pueden remodelarlo.
El trauma hoy
Han sido muchos los acontecimientos estresantes a los que nos hemos tenido que enfrentar en estos últimos meses a raíz de la crisis sanitaria por COVID-19, y no todas las personas han podido gestionarlos emocionalmente. Es justamente ahora que la avalancha de contagios se ha contenido y que la economía está en vías de gestión, que aparecen cada vez más casos de trastorno por estrés postraumático y otras psicopatologías.
El trauma puede desarrollarse por dos tipos de motivos:
- Actos de comisión: Son actos de agresión hacia una persona (físicos, psicológicos o ambos).
- Actos de omisión: No cuidar, no prestar atención…
¿En qué estado del trauma estamos?
Nuestro Sistema Nervioso Autónomo (SNA) es una especie de guardián interno inconsciente, que está atento a lo que sucede a nuestro cuerpo, nuestro entorno y las conexiones con los demás. Tiene la función de velar por nuestra seguridad y detectar posibles riesgos. La teoría polivagal del trauma, creada por Stephen Porges, explica cómo nuestro SNA, aprende de las experiencias generadas con cada relación y nos hace desplegar conductas de conexión con los demás o de protección, para mantenernos seguros.
Nuestro SNA tiene 3 formas de reaccionar:
- Nivel superior: “La ramavagal-ventral”: Se da cuando estamos en un entorno seguro. Sentimos serenidad, alegría, receptividad. Se caracteriza por un ritmo cardíaco y respiratorio lento, sentimiento de sintonía y conexión con los demás, que nos ayudan a regularnos a nosotros mismos, produciendo alivio.
- Nivel intermedio: “La rama del simpático”: Nos prepara para el movimiento. La percepción de peligro genera un estado de hiperactivación con reacciones como taquicardia, respiración agitada, inquietud, ansiedad, movimientos rápidos, pensamientos negativos agitados… Interrumpimos el razonamiento y la reflexión para centrarnos atender a los estímulos que nos rodean y así prepararnos para actuar, tanto a través de la lucha como de la huida.
- Nivel inferior: “La rama vagal-dorsal”: Cuando la persona percibe un peligro extremo o amenaza vital de la que no tiene escapatoria y que la sobrepasa, se activa un estado extremo de reacción: la inmovilización. La persona se queda en “stand-by” o bloqueada, como manera de insensibilizarse y protegerse emocionalmente: baja frecuencia cardíaca, respiración superficial, baja energía corporal, diarrea, pupilas mióticas, amnesia… Esta es una respuesta automática e inconsciente de supervivencia, ya que la realidad es tan impactante, que necesitamos evadirnos de ella para protegernos. Esta escisión de la realidad en psicología se denomina “disociación”.
Cuando percibimos un peligro, normalmente pasamos del nivel superior al intermedio, y si seguimos sin recursos para afrontarlo pasamos al nivel inferior. No obstante, si el shock es muy fuerte, podemos pasar del nivel superior al inferior directamente.
¿Cómo salir de los diferentes estados?
Para sobreponernos al trauma debemos recorrer los diferentes niveles, esta vez de manera ascendente. Conocerse a uno mismo implica entender qué recursos y capacidades personales se tiene para poder subir de nivel en caso de peligro, así como detectar las habilidades que ayudan a mantenerse en el superior.
Del nivel inferior al intermedio:
- “Grounding”: El primer paso es ayudar a la persona a conectar con el cuerpo y el entorno en el momento presente (postura, movimiento, olores, frío/calor, que puede tocar o ver, si es consciente de algún pensamiento o emoción…).
- Una vez activada la percepción, se activa el pensamiento. Podemos hacer preguntas como qué día es hoy o qué ha comido.
- Intentar producir algún movimiento (p.ej. invitando a la persona a dar un paseo por la sala).
- Recordar que el peligro ya ha pasado y que ahora hay otras personas con quien puede sentirse a salvo.
Del nivel intermedio al superior:
- Contextualizar el malestar, señalando que siempre es temporal y tarde o temprano la persona se serenará.
- Atender las sensaciones plenamente hará que progresivamente vayan bajando intensidad.
- Permitir el impulso de correr, golpear o gritar, o si no es posible por la situación, pedir a la persona que lo haga de manera lenta y consciente (para completar la respuesta de lucha o huida y así generar alivio) o imaginarlo vívidamente con los ojos cerrados.
- “Pendulación”: Se alterna la vivencia de las sensaciones negativas presentes con una escena agradable (un lugar o acontecimiento feliz vivido o comida favorita o persona especial) y oscilamos entre las dos vivencias hasta que la persona se tranquiliza.
- Reconocer y legitimar las emociones negativas presentes, escucharlas y encontrar su función protectora en el momento actual. La conexión social saludable ayudará a subir de nivel. Las más habituales son:
- Enfado: movilizar esa energía a hacer algo defensivo o que ponga límites, tanto de forma real (p.ej. hacer una reclamación, denunciar a la prensa) o imaginada.
- Tristeza: Poder compartirla y poder recibir consuelo y cercanía.
- Miedo: Permitir sentirlo, darle la bienvenida y también despedirlo. Pensar cómo lo han gestionado en el pasado personas queridas y que no está solo.
- Otros: Vergüenza, culpa, envidia, desamparo, etc.
- Trabajar la compasión: Cuidar de uno mismo y de los demás, dando ánimos, consuelo, cariño incondicional, como si fuéramos quien más nos quiere. Aceptación de la propia vulnerabilidad sin crítica.
- Implicar el córtex prefrontal: meditación, yoga…
- Estimular el nervio vago: técnicas de respiración, cantar…
- Movimiento como forma de compensar la parálisis del nivel inferior y también como descarga, p.ej. bailar.
- Otros: Contacto con la naturaleza, acariciar una mascota, manualidades…