Personas que nos ignoran, amigos que nos fallan, parejas que nos abandonan, jefes invalidantes… nadie se libra del rechazo. Es un sentimiento tan doloroso como universal, por lo que aprender a gestionarlo se convierte prácticamente en una necesidad psicológica. ¿Cómo conseguirlo?
¿Por qué sentimos rechazo?
Las personas somos seres sociales por naturaleza, necesitamos a los demás para sobrevivir ya que estamos regidos por la necesidad de pertenencia. En mayor o menor medida, todos necesitamos sentir que formamos parte de un contexto social, que tenemos a alguien en quien confiar y sentirnos seguros. Si esto nos falta, nos sentimos vulnerables.
De esta forma, y aunque parezca paradójico, la función del sentimiento de rechazo es justamente adscribirnos a otras personas, hacernos cambiar aspectos internos para poder pertenecer. Es pues una forma de autoprotección, sin la cual nos hubiéramos extinguido como especie hace mucho. Es como una alarma: a partir de la sensación de rechazo, nuestro cerebro nos avisa del riesgo de la marginación, y la necesidad de cambiar ciertas actitudes y creencias personales para sentirnos incluidos, y así sobrevivir.
Consecuencias
Existen estudios que demuestran que el cuerpo humano activa el circuito analgésico liberando las mismas sustancias cuando se sufre un rechazo que cuando se recibe un golpe físico. También cuando acabamos de sufrir un rechazo, nuestras capacidades cognitivas se reducen (memoria a corto plazo, toma de decisiones, resolución de problemas, razonamiento…).
Por otro lado, si intentamos rememorar en la imaginación, evocamos el dolor social mucho más intensamente que el dolor físico. Este es el motivo por el que los traumas psicológicos pueden permanecer inalterables mucho tiempo. Las experiencias dolorosas que nos tocan vivir, si no las redefinimos e integramos, generan heridas emocionales que pueden arrastrarse durante años, modificando nuestra autoestima e incluso nuestra personalidad. La persona que se siente rechazada se infravalora constantemente, lo que la lleva a actitudes perfeccionistas en un intento de buscar la validación de los demás, pero cuanto uno más busca la perfección, más percibe las carencias, lo que aún aumenta más la sensación de ineficacia y fracaso. Esto suele derivar en:
- Retraimiento social.
- Pasividad.
- Ansiedad.
- Desmotivación.
- Síntomas depresivos.
- Somatizaciones.
- Impulsividad.
- Hiperactividad.
- Conductas autodestructivas.
- Conductas agresivas o desafiantes hacia los demás.
El peligro de la evitación
Cuando nos sentimos rechazados, la tendencia más habitual es la evitación, básicamente en dos áreas:
- Internamente: intentando no pensar en lo que nos duele, minimizando lo que nos ha pasado o intentando bloquear el recuerdo. Si no atendemos lo que nos ha pasado no sólo hacemos la herida más profunda, también nos impide abordarlo y reconstruirnos.
- Externamente: apartándose de los demás, huir. Este repliegue no sólo nos impide hacer frente al problema, sino que además nos victimizamos a nosotros mismos: no sólo nos marginan los de fuera sino que también nos automarginamos a nosotros mismos, lo que nos hace sentir doblemente mal.
La evitación hace que entremos en un círculo vicioso en el que a mayor profundidad de la herida, mayor probabilidad hay de ser rechazado o de rechazar a los demás.
¿Cómo gestionarlo?
- Es imposible que una persona no encaje con nadie, de la misma forma que nadie encaja con todo el mundo. Cuanto más te relaciones, más probabilidades tendrás de encontrar personas con las que conectes, expande tus contactos sociales.
- El rechazo como fase. Entender las heridas emocionales como una etapa, no como algo que vaya a durar para siempre. Dolerá hasta que se elabore internamente el daño.
- Libérate del dolor perdonando. Las heridas emocionales se enquistan por la incapacidad de perdonar lo que nos han hecho. Acepta tu herida como parte de ti mismo y de tu historia, y posteriormente aprende a dejar ir a través del perdón. Recuerda que perdonar es algo interno, no significa justificar o aprobar la acción de los demás ni reconciliarse, sino dejar de cargar el lastre de la herida. No perdonar sólo te afecta a ti.
- Apela a tu capacidad de resiliencia, toma la batuta de tu emocionalidad. En palabras de Sartre, “libertad es lo que haces con lo que te han hecho”.
- Observa cómo te has apegado a tu herida hasta ahora. ¿En qué ha condicionado? ¿Qué otras cosas no has percibido de ti o tu entorno por estar focalizado en el rechazo o en intentar no sentirlo?
- Exponte. Si eres tímido o te sientes encerrado, verbalízalo y ábrete a situaciones que te exijan colocarte en ese punto. Puedes probar antes a entrenarlo en tu imaginación, a partir de visualizaciones.
- Aprende a valorarte por ti mismo, no por la opinión de los demás.
- Coloca el pasado en el pasado, aprendiendo a gestionar tu presente. Puedes ser muchos “yo” diferentes a lo largo de tu vida. Transforma desde el presente las partes que menos te hayan gustado de ti en el pasado. Date la oportunidad de cambiar.