La capacidad de emigrar no sólo es una característica de nuestra especie, sino que según la investigación, es una de las bases de nuestro éxito evolutivo. Sin embargo, emigrar es para muchas personas algo que afecta la salud mental.
España es un ejemplo de migración bidireccional. Si bien recibe al año miles de personas de continentes diferentes, desde la crisis del 2008 también se genera emigración hacia otros países.
¿Vivir en tierra de nadie?
El duelo migratorio es algo más que tener nostalgia del país de origen. Es un proceso de elaboración de diversas pérdidas asociadas a la migración. Tanto si el cambio de lugar es voluntario (vivir una experiencia, aprender idiomas, etc) como involuntario (guerra, violencia, pobreza…), la emigración es un proceso de transformaciones y pérdidas que requiere activar recursos psicológicos relacionados con la capacidad de afrontamiento y adaptación. El fin último es preservar la identidad en una realidad diferente.
Entre los síntomas más habituales encontramos:
- Tristeza.
- Apatía.
- Irritabilidad.
- Ansiedad.
- Insomnio.
- Somatizaciones (fatiga, “in-migraña”, etc).
- Problemas de autoestima o de identidad.
- Dificultad para tomar decisiones.
- Sensación de estancamiento en el proyecto vital.
- Sentimientos de culpa, rechazo, etc.
Todos estos síntomas se ven agravados por estresores como:
- La soledad.
- La lucha por la supervivencia en condiciones difíciles.
- La falta de control.
- El sentimiento de fracaso.
- El miedo.
Cuando este duelo da lugar a un estrés crónico y múltiple se conoce como “síndrome de Ulises” por el mítico héroe que enfrentó adversidades y peligros lejos de su lugar de origen. Es un cuadro psicológico que afecta a millones de personas en todo el mundo.
Un duelo diferente
El duelo migratorio tiene ciertas peculiaridades que lo hacen diferente a otros duelos ya que es un:
- Duelo múltiple: Es lo que se ha definido como los 7 duelos de la migración, puesto que se pierde:
- Familia y amigos. De hecho, es un duelo que no solo afecta al emigrante sino también los que se quedan en el país de origen e influye a los autóctonos. Repercute también a diversas generaciones de la familia del emigrante.
- Lengua.
- La cultura (valores, religión, costumbres…).
- La tierra (paisaje, colores, olores…).
- El estatus (trabajo, vivienda, roles…).
- El contacto con el grupo étnico (prejuicios, xenofobia…).
- Posibles riesgos para la integridad física (viajes peligrosos, expulsión, indefensión…).
- Duelo parcial. La pérdida no es irreversible, se puede volver. El estar aquí y allá genera ambivalencia.
- Duelo recurrente: Se activa constantemente (cuando se recibe una llamada, cuando se oye el idioma nativo, cuando se ve una foto…).
Fases
A pesar de que cada persona lleva su propio proceso y las fases pueden entremezclarse o cambiar de orden de una persona a otra, a modo de guía existen una serie de etapas en el duelo migratorio:
- Negación: Comportarse como si no pasara nada, minimizar la situación.
- Resistencia: Queja y rabia por el esfuerzo de la adaptación.
- Aceptación: Adaptación al país de acogida.
- Restitución: Reconciliación afectiva con el país que se ha dejado atrás y con el actual. Se integra lo bueno y lo malo de ambos.
¿Cómo enfocarlo?
- Para que una crisis dé lugar a crecimiento es importante que se desplieguen habilidades de afrontamiento que posibiliten la adaptación: ¿Cómo solucionaste otras situaciones difíciles previas? ¿Qué capacidades o recursos emocionales tienes?
- Profundiza en el país de acogida desde la curiosidad, con una actitud exploratoria. Plantea cada novedad como una oportunidad.
- Aprende a vivir de maneras diferentes a las que estás acostumbrado, atrévete a incorporar nuevas formas de hacer y prueba el “allá donde fueres haz lo que vieres”.
- Mantén el vínculo con las tradiciones del país de origen. Júntate con personas de tu país de origen, cocina platos típicos, etc. es una manera de no perder la identidad.
- Abandona el pensamiento dicotómico o blanco/negro. Ni es todo negativo en un país ni todo positivo en el otro, comprende a nivel global.
- Crea redes de apoyo, vincúlate a personas tanto del país de acogida como manteniendo las del país de origen.
- No te engañes: observa tus emociones y acéptalas como una parte de tu adaptación. Ojo con la “pseudointegración” (estar en apariencia perfectamente integrado pero con una elevada tristeza de puertas para adentro).
- Recuerda que la experiencia migratoria amplía tu autoconocimiento y desarrollo personal.
- No idealices el retorno. Volver es otro duelo migratorio: no sólo muchas cosas serán diferentes, sino que tú también serás diferente de cuando te fuiste. Se produce lo que se denomina “choque cultural inverso”.