A menudo olvidamos que no estamos en este mundo para siempre. Cada día que pasa, no vuelve, y vamos avanzando en nuestra trayectoria vital aplazando nuestras ilusiones, dejando de ser auténticos o suponiendo que ya habrá tiempo más adelante para hacer ciertas cosas.
Existe una gran diferencia entre la edad cronológica y la edad mental. Una persona puede tener 60 años según su partida de nacimiento (años cronológicos), pero sentir que tiene 30 (edad mental) en su forma de vida. Denominamos disforia de edad a esta disincronía entre estos dos tiempos: tener una edad y sentir que se tiene otra. Según qué tiempo tomemos como referencia, nuestro nivel de actividad y nuestro nivel de autorrealización puede ser muy diferente. No todas las personas vivimos igual el paso de los años.
Según qué creencias tengamos en relación a hacernos mayores, vamos a vivir la realidad de una manera o de otra. Hay personas a las que les aterroriza cumplir los 30 años porque se ven mayores, y personas con 80 más entusiastas y equilibrio que nunca. Si el tiempo cronológico fuera algo que nos lleva siempre cada vez a peor, esta perspectiva subjetiva no existiría.
Nos preocupa envejecer, es una realidad, pero sobre todo nos debería preocupar envejecer mal. Operaciones de estética constantes para parecer más joven, sentir como una catástrofe cada cumpleaños o avergonzarnos de nuestro recorrido experiencial por miedo a parecer mayor son efectos de la disforia de edad.
Así pues, hay que preocuparse por madurar, no por envejecer. Algunas de las maneras de conseguirlo son:
- Haz que la experiencia sea un grado. Aprende de los errores y nútrete de tus vivencias.
- “Memento mori”. Disfruta de cada instante, teniendo en cuenta que la vida es finita y un día todos moriremos, aprovéchala.
- Vive tu vida de la manera más saludable e intensa posible dentro de tus posibilidades reales.
- Cree y crea tus sueños.
Transforma tu vida (y no tu aspecto) de manera que sea enriquecedor vivirla.