Tradicionalmente los niños eran educados a través del castigo o la imposición. Este estilo autoritario fue progresivamente cuestionado y dio paso al extremo opuesto, es decir a la falta de disciplina, con resultados tan (¿o más?) nocivos para el futuro adulto como el primero. La disciplina positiva es un estilo educativo basado en el respeto al niño que se centra en potenciar la comunicación desde la empatía y en la asimilación de límites desde un clima positivo, reforzando el apego entre padres y niño. Este modelo potencia la seguridad del menor y la progresiva consecución de autonomía y autoestima.
¿Cómo practicarla?
- Intenta entender qué hay detrás del comportamiento de tu hijo: sus necesidades, sus creencias, sus deseos. Serás más efectivo en tu intervención.
- El mal comportamiento es una llamada de atención mal realizada: desatiéndelo. Si es necesario intervenir, ayúdale a que cree una alternativa de respuesta: ¿qué podría hacer para no volver a equivocarse la próxima vez?
- Refuerza lo que el niño hace bien. Tenderá a repetirlo.
- Crea previsibilidad en las rutinas para que el niño gane en seguridad y control. Pregunta qué toca después, más que imponerlo.
- Acuerda recompensas esperables tras comportamientos deseables.
- Anticípale los cambios.
- Ayúdale a poner nombre a sus emociones. Le ayudará a comprenderse a sí mismo y a evolucionar.
- Hazle participar en las tomas de decisiones y en la creación de normas según su grado de madurez. Hará más fácil que se implique y que se comprometa a cumplirlas.
- Sé firme sin perder la cercanía y el cariño.
- Crea alternativas: P.ej. ¿prefieres pasear al perro antes o después de ducharte?
- Da ejemplo, así te imitará. P.ej. lee en su presencia.
- Cuando quieras señalarle algo, habla de conductas concretas, no generalices: “no has estudiado lo suficiente”, en vez de “eres un gandul”.
- Vuelve a dialogar.