La vergüenza en los niños puede parecer un problema menor para los padres, pero es importante ayudarles a gestionarla para prevenir futuras problemáticas, como ansiedad o evitación. Ayudar a tu hijo a ganar perspectiva sin minimizar sus sentimientos le ayudará a superar experiencias difíciles y ganar conciencia de las propias emociones. ¿Cómo conseguirlo?
- Sé un modelo para tu hijo, aprenderá de tus reacciones: mantén la calma en situaciones embarazosas y no te obsesiones con tus propios errores.
- No restes importancia cuando tu hijo tenga vergüenza, ni te rías de sus reacciones como forma de “desdramatizar”. Pueden aumentar su vulnerabilidad y que el niño genere rechazo por las propias emociones.
- No hiperreacciones como forma de empatizar con él (“¡no puede ser, es terrible!”). Puede cohibirse para explicarte cosas más adelante por no preocuparte.
- Elogia sus habilidades de afrontamiento positivas. Le hará ganar confianza y las repetirá. Ayúdale a replantear las negativas.
- Crea perspectiva. A veces tras una situación embarazosa, los niños tienden a pensar que todos lo recordarán siempre y las consecuencias serán permanentes, ya que tienen dificultad para ver más allá de sus sentimientos.
- Enséñale a atender cómo otros niños en su clase también tienen situaciones complicadas y debatid sobre cómo las enfocan.
- Pero no lo compares con otros (“si te preocupa eso, imagínate cuando a tu hermano le pasó…”). Puede que le lleve a pensar que lo que le pasa no tiene importancia y por tanto sentir que sus emociones son extrañas o inadecuadas.
- Dale ejemplos de tu propia experiencia.
- Deja que tome la iniciativa: hazle preguntas abiertas.
- No le obligues a hablar si no quiere. A veces se necesita tiempo para que la vergüenza se calme un poco y sea posible hablarlo. Deja que decida cuándo comunicarse.
- No sobreprotejas. Tener al niño “entre algodones” hace que el niño no aprenda habilidades de afrontamiento. Es preferible un apoyo lateral.
- Algunos indicadores que harían necesario consultar a un psicoterapeuta serían: conductas regresivas (volver a hacerse pipi, pataletas…), pánico a ir al colegio o enfermedades recurrentes para evitarlo, rechazo de cualquier contacto social, obsesiones, comportamientos persistentes (insomnio, falta de apetito, preocupación constante…), etc.