¿Recuerdas cuando en “Alicia en el País de las Maravillas” aparece una galleta con la etiqueta “cómeme” y una botella con “bébeme”? Cuando comía la galleta, Alicia crecía y crecía hasta el punto de tener que sacar brazos y piernas por las ventanas porque la habitación se le había quedado pequeña. Cuando bebía, en cambio, decrecía hasta el tamaño de un dedal. Metafóricamente, algo similar ocurre a las personas que sufren agorafobia. O se sienten constreñidos por el espacio, o se sienten insignificantes. Es una patología que tiene que ver con el espacio y cómo nos posicionamos en él. Veamos cómo funciona.
¿Qué es?
La agorafobia es uno de los trastornos mentales más presentes en consulta. Se estima que puede afectar a un 4% de la población y es más habitual en mujeres.
Agorafobia es una palabra de origen griego compuesta por ágora (plaza pública) y fobia (temor). Habitualmente se define el trastorno como el miedo a los espacios abiertos, aunque en realidad es algo que va más allá. El eje central donde se estructura el problema gira en torno a la seguridad y la forma de medirla es a través del miedo. Es decir, lo que caracteriza la agorafobia es el miedo a estar solo lejos de los lugares que la persona considera seguros, sobre todo que le pase algo y no pueda escapar o eludir la situación. Por tanto, las situaciones activadoras pueden ser muy diversas:
- Espacios abiertos (avenidas, parques…).
- Espacios cerrados (tiendas, cines, parkings…).
- Espacios masificados (conciertos, manifestaciones…).
- Lugares alejados (una excursión por la montaña).
- Medios de trasporte (autopistas, tren, avión, barco, …).
- Lugares pequeños (ascensores, cuevas…).
- Y en extremo también situaciones en las que irse estaría mal visto a ojos de los demás (p.ej. una reunión profesional, una comida con gente que no conozca el problema…).
No es necesario que haya habido una experiencia traumática previa en alguno de estos escenarios. Sólo el hecho de pensar que pueda aparecer el pánico en estas situaciones puede hacer que la persona se colapse, ya que todo lo imaginado crea una experiencia interna y por tanto un impacto emocional real.
Los motivos fundamentales que preocupan a la persona y le hacen evitar este tipo de situaciones son:
- Tener un ataque de pánico (lo más habitual).
- Tener un problema médico (un accidente cardiovascular, perder el conocimiento, etc.) y que nadie le puedan asistir.
- Perder el control (volverse loco, parecer raro…).
- Que ocurra alguna situación embarazosa (p.ej. miedo a la incontinencia o miedo a caerse en personas mayores).
Repercusiones
La agorafobia puede afectar un área vital concreta (laboral, social, etc.) o varias, de la misma manera que existen diversos niveles de gravedad. Sin embargo, es importante señalar que si no se aborda el problema, el miedo tiende a ganar terreno, por lo que cada vez es más pequeño el radio de seguridad de la persona y más aumentan los lugares o situaciones que evita. Es entonces que aparece el miedo al miedo.
Tarde o temprano, la agorafobia acaba afectando también al entorno más cercano. Al ver las dificultades de la persona, sus seres queridos, en un intento de ayudar, se muestran más solícitos y dispuestos a ayudar. Ese extra de ayuda confirma implícitamente la peligrosidad de las situaciones y la debilidad de la persona, lo que aún la hace más vulnerable y por tanto el problema se retroalimenta.
Al aumentar progresivamente la dependencia del agorafóbico respecto a su pareja, la relación amorosa corre el riesgo de convertirse en una mera relación asistencial (enfermo-enfermero). También puede aumentar la dependencia respecto a la familia de origen. La progresiva pérdida de la autonomía y consecuente afectación de la autoestima de la persona pueden generar un estilo de vida alterado para toda la familia.
¿Qué no hacer?
En un esfuerzo por controlar los miedos, la persona con agorafobia intenta solucionar su problema fundamentalmente de dos maneras:
- Evitando las situaciones temidas.
- Pidiendo ayuda a personas cercanas.
Son estos dos intentos de solución los que justamente mantienen y empeoran el problema.
¿Qué hacer?
- Ser valiente no es no tener miedo, sino atreverse a hacer las cosas con miedo. No podemos desarrollarnos en nada en esta vida sin arriesgar hasta cierto punto, y es justamente enfrentando a pequeñas dosis lo temido, que se va desarrollando valentía y crecimiento personal. El fortalecimiento psicológico funciona como las vacunas: si introducimos el virus (“miedo”) a pequeñas dosis, el sistema inmunitario se fortalece, lucha y se cura. Exponte gradualmente tanto en situaciones reales como a través de técnicas de visualización.
- Traza objetivos concretos de lo que te gustaría conseguir.
- Conecta con tu vida previa al problema y recupera esas sensaciones.
- Entiende qué hay detrás de tus miedos: ¿qué te están informando?
- Cambia la forma de entender y percibir tus miedos, comunícate con ellos: Puedes poner un horario donde darles rienda suela para así descargar el resto del día, ponerles un nombre afectuoso para dejar de verlos como una amenaza, escribirles una carta de despedida agradeciendo los “servicios prestados”, etc.
- Es posible ampliar los propios límites y fortalecer nuestra seguridad personal sin miedo. Si todo esto te sobrepasa, consulta con un buen psicoterapeuta.