La venta de tranquilizantes se ha disparado de forma alarmante en EEUU, sobre todo entre los jóvenes. Según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de EEUU (NIDA), entre 1996 y 2013 aumentó el número de recetas de benzodiacepinas un 67%, y esta cifra no ha hecho más que aumentar.
Las benzodiacepinas ayudan a reducir rápidamente la ansiedad y el insomnio. El problema es que lo que debería ser un uso breve (máximo de 2 a 4 semanas), se convierte en algo continuado, generándose dependencia, tolerancia y en último término, adicción.
Según el American Addiction Center, algunos de los efectos del abuso de tranquilizantes serían: Cambios de humor, debilidad, visión borrosa, somnolencia, confusión, mareos, dificultades para respirar, problemas del habla, coma… Las complicaciones aumentan cuando la persona se automedica, combina medicamentos o los toma alcohol o drogas simultáneamente. A largo plazo pueden generar falta de apetito, temblores, dolores de cabeza, insomnio, problemas de memoria y otros daños neurológicos. Si se detiene el consumo de forma abrupta, los resultados pueden ser mortales, por lo que el proceso de desintoxicación debe estar siempre guiado por un médico. Es importante tener en cuenta que en 1999 hubo 1135 muertes por sobredosis de tranquilizantes, mientras que en 2015 la cifra ascendió a 8791, y sigue creciendo.
Estos datos no son muy diferentes en España. Entre el año 2000 y 2013 se duplicó el uso de pastillas. Según el Ministerio de Sanidad, España estaría situada por encima de la media europea en el consumo de tranquilizantes. El 16% de los adolescentes de 14 a 18 años los ha tomado alguna vez. Según un informe realizado en 2017, por primera vez, los tranquilizantes superan al alcohol y al tabaco como droga de inicio entre los jóvenes. Al ser sustancias de acción rápida, baratas y fáciles de conseguir, están ascendiendo en el podio de las adicciones.
Cada vez son más las voces que recuerdan que habría que recetar menos y enseñar más a gestionar los problemas desde el punto de vista psicológico. Se tiende a patologizar el malestar y se olvida que las emociones negativas también son normales y esperables, y no tenemos porqué tratarlas farmacológicamente nada más aparecer. Es normal estar triste, por ejemplo, tras una pérdida, o ponerse nervioso ante un examen. Fortalecer una sociedad es también formarla para hacerse cargo de posibles dificultades.