Ser una persona independiente y autónoma a nivel emocional es el objetivo estrella del desarrollo personal. Sin embargo, ser muy independiente puede ser un problema, porque como sabemos, los extremos nunca fueron buenos. Entonces, ¿cuál es el límite? ¿Cuándo es algo sano y cuándo es algo disfuncional?
La hiperindependencia se caracteriza por el alejamiento social. No tiene por qué ser un alejamiento físico necesariamente, pero sí emocional. Son personas que no se comprometen, que no crean vínculos con otras personas, que rechazan cualquier tipo de ayuda de los demás y que no se dan a conocer. Evitan tener pareja o amigos por miedo a ser traicionados o por miedo a que les hagan daño. Cuando empiezan a tener sentimientos hacia otras personas se activa el pánico en ellos y simplemente desaparecen. Temen volver a sufrir el abandono o la traición que vivieron en el pasado.
Y es que este tipo de funcionamiento psicológico está basado en una historia traumática. La forma que nos vinculamos a los referentes parentales en la infancia tiende a condicionar nuestro desarrollo psicoafectivo posterior, en la adultez. Las personas hiperindependientes tuvieron un apego evitativo. Esto significa que las figuras parentales que debían protegerlos, amarlos y cuidarlos, no cubrieron esas necesidades básicas y los desatendieron, por lo que ya desde pequeños aprendieron que no podían confiar en las figuras de vinculación. Ese daño profundo se mantiene en la vida adulta debido a esa ruptura interna.
En el otro extremo del continuo encontramos a las personas hiperdependientes. Son aquellas que necesitan constantemente del otro, que no pueden tomar sus propias decisiones sin la aprobación de alguien, que no saben estar solas y se derrumban si no tienen la atención del otro constantemente. Este tipo de funcionamiento está regido por el apego ambivalente. Esta forma de apego, también disfuncional, se caracteriza porque el cuidador principal en la infancia es variable e impredecible. A veces es atento y responsable con las necesidades del niño y a veces responde con ira o indiferencia. Así pues, el niño aprende a estar constantemente ansioso e hipervigilante hacia la figura de referencia sin saber cómo responderá en esta ocasión.
A medio camino entre la hiperindependencia y la hiperdependencia encontramos la autonomía. Son las personas funcionales, que saben funcionar en la vida por sí mismos y crean relaciones sanas con los demás. La autonomía está basada en el apego seguro, caracterizado por un cuidador atento a las necesidades del niño, que lo acepta y valida incondicionalmente y que se muestra cercano y responsable.
El hecho de provenir de un tipo de apego u otro no significa que no podamos modular nuestra forma de vincularnos en la adultez. Identificar estos aspectos de base es fundamental para poder cambiar.