En teoría, a medida que avanza la sociedad deberían también avanzar también los modelos educativos. ¿Es esto una realidad?
Según datos recientes del Observatorio de la Juventud de España (OJE), el 80% de los menores de 30 años vive con sus padres. Un tercio de los adultos de 30 a 35 años siguen sin emanciparse según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Cada vez son más los expertos que confirman que estos porcentajes no sólo se justifican por el índice de paro y precariedad laboral, sino también debido a la inseguridad personal de los jóvenes, producida por modelos educativos poco eficaces y que generan hijos vulnerables y con un bajo sentido de la responsabilidad.
Cambio en el paradigma educativo
En los últimos años ha habido un cambio en la manera de educar a nuestros hijos. Se ha pasado de un modelo autoritario a un modelo hiperprotector.
Según el modelo autoritario, imperante hace años, uno o ambos progenitores ejercen el poder sobre los hijos de manera estricta y en un clima de tensión. Las necesidades y los deseos de los niños están silenciados por la disciplina inflexible y el deber.
El hartazgo de muchos de los hijos criados desde el autoritarismo, dio pie a un cambio de 180 grados en el planteamiento educativo, y se transformaron en padres hiperlaxos y permisivos, incapaces de poner límites.
El progenitor hiperprotector busca ante todo hacerle la vida a su hijo lo más fácil posible, previniéndole o evitándole cualquier dificultad. Esta actitud, aparentemente benéfica, hace que los hijos deleguen en los padres cualquier mínimo problema, y a menudo reaccionan con agresividad si sus deseos y necesidades no se satisfacen inmediatamente. Como están acostumbrados a tener lo que quieren cuando quieren, se frustran irremediablemente si aparece un “no”, lo que da lugar a fuertes pataletas cuando son niños y a auténticas explosiones de agresividad en la adolescencia. Además, esta falta de habilidades para manejar la frustración refuerza la agresividad, puesto que si el niño entiende que a través de la pataleta consigue lo que quiere, cada vez tendrá más pataletas.
Este tipo de dinámica genera hijos incompetentes y frágiles. La seguridad personal y la confianza en los propios recursos y capacidades se obtiene al ir superando obstáculos y dificultades cada vez mayores, por lo que los niños criados desde este modelo están abocados a la dependencia y a la inseguridad. Puede dar lugar a un sinfín de problemáticas, desde dificultades escolares, trastornos de ansiedad o dificultades relacionales hasta trastornos depresivos, sexuales, alimentarios o adicciones en la adultez. Niños que “no crecen”.
El progenitor eficaz
El progenitor perfecto no existe, pero sí existen formas de educar que lo hacen más o menos hábil. Cuanto más hábil sea la crianza, más seguros y autónomos serán los hijos cuando crezcan.
- Un niño necesita límites. Si no los tiene se desorienta. Esos límites tienen que ser razonables, adaptados a la edad y con un propósito concreto. Son los padres quien deben definirlos de antemano y trasladarlos con afecto y con diálogo. Decirle a un menor hasta dónde puede llegar no significa ser un tirano: es un acto educativo.
- En las formas: el adulto debe ser respetuoso, afectuoso, asequible, incondicional y capaz de motivar al menor para desarrollarse.
- Andamiaje: Si el niño tiene dificultades, el progenitor no debería resolvérselas a la primera, sino darle recursos para que, con su ayuda, consiga el objetivo. Se trata de que el adulto pueda funcionar como un andamio, donde el niño pueda apoyarse para seguir creciendo y evolucionando. La frustración es una emoción normal, nos acompaña durante toda la vida. No es ni buena ni mala de por sí, sino que se debe aprender a gestionar a través de la estimulación de los recursos personales del niño.
- Cuanto mejor gestione la frustración un niño, mejor autoestima tendrá y más exitoso será: es importante enseñar al niño a perseverar, plantearle objetivos realistas, fomentar su independencia para resolver y enseñarle cómo conseguirlo ajustándose a sus necesidades, reforzar sus logros cuando consiga avanzar, etc. es decir, convertir la frustración en aprendizaje. Algunas estrategias:
- Enseña al niño a identificar la frustración cuando aparezca. Ayúdale a ponerle palabras, a darse tiempo y a perseverar.
- Enséñale cuándo pedir ayuda. Promueve que el niño intente antes resolver la situación.
- Representad papeles: modela a tu hijo enseñándole habilidades en situaciones concretas, a partir de interpretar una situación difícil. Que se ponga en un rol y después en el opuesto. ¿Qué podría hacer en vez de enfadarse?
- Técnicas de relajación.
- Consistencia: No deberían haber diferencias en las pautas entre ambos progenitores para evitar caer en la trampa “poli bueno/poli malo”. También deben ser unas pautas estables y previsibles, que el niño pueda anticipar. Esta consistencia es necesaria para fomentar la seguridad del niño.
- Flexibilidad: adaptarse a las circunstancias cambiantes de la vida manteniendo los valores familiares esenciales será a menudo la clave del éxito.