Focalizarse en la solución y no en el problema es una de las bases del desarrollo personal. Sin embargo, no siempre tenemos todos los recursos personales o técnicos necesarios para poder decidir cuál es la mejor solución a un problema dado. D’Zurilla y Goldfried crearon a principios de los años 70 una herramienta terapéutica para mejorar la capacidad de decisión, y así gestionar de manera más eficaz los estresores vitales a medida que van apareciendo.
La técnica de solución de problemas está enmarcada dentro del modelo cognitivo-conductual, y utiliza una forma sintetizada del método científico, para poder llegar a la solución de las dificultades.
Entre los beneficios principales de la técnica encontramos:
- Aumento de la percepción de autoeficacia. Empoderamiento de la persona y la autoestima.
- Refuerzo de la sensación de control en la propia vida.
- Minimización de consecuencias negativas generadas por decisiones poco acertadas.
- Reducción de la impulsividad.
- Reducción de la procrastinación.
La técnica de resolución de problemas está compuesta por 5 etapas:
- Orientación general hacia el problema: Los problemas forman parte de la vida, son esperables, por lo que cuanto mejor los gestionemos, mejor viviremos. Entender que el problema no es el problema sino la falta de conductas por mi parte para gestionarlo, puede darle un giro a la forma en la que nos orientamos al problema. Por eso, en un primer momento, tenemos que centrarnos en comprender: Valorar la importancia que tiene el problema, cómo lo percibo, las causas que lo han generado, hacer un cálculo de los recursos que tengo a mi disposición (tiempo y esfuerzo que puedo dedicarle) y qué poder tengo sobre él.
- Definición y formulación: Definir el problema en términos objetivos y solucionables, detallar qué es lo que me molesta, buscar información relevante y objetiva, comprender el conflicto, establecer metas realistas y revalorar el problema en este momento.
- Generación de alternativas: Hacer una lluvia de ideas lo más extensa posible (no importa que las soluciones propuestas iniciales sean descabelladas o mínimas, lo importante es la generación de opciones variadas). Será posteriormente cuando valoremos cuál puede ser la mejor opción en función de tres principios:
- Principio de cantidad: La cantidad genera calidad.
- Principio de dilación de juicio: Todas las alternativas pueden ser válidos, por tanto, no valorar las consecuencias que pueden tener cada una de ellas.
- Principio de variedad: Proponer diversas soluciones y combinarlas entre sí.
- Toma de decisiones: En este punto, observamos cada una de las alternativas anteriores y valoramos sus pros y sus contras. A continuación generamos un plan de acción para llevarlo a la práctica. Algunas preguntas que nos pueden ayudar a decidir son:
- ¿Es realista?
- ¿Es costosa?
- ¿Es fácil de implementar?
- ¿Requiere mucho tiempo?
- ¿Puedo llevarla a la práctica de forma autónoma o dependo de otras personas?
- Las consecuencias previsibles, ¿solucionarían el problema?
- Verificación: Se pone en práctica el plan generado en la etapa anterior y se evalúa de manera sucesiva para generar diversos feedback. El éxito final de la decisión se basa en las diferentes evaluaciones intermedias. Si el proceso resulta exitoso, es importante transformar la experiencia para reforzar el propio autoconcepto. En caso de que la decisión no resulte la adecuada para solucionar el problema, es preciso volver a fases anteriores para recolocar ciertas premisas y generar una nueva alternativa satisfactoria.